18 marzo 2020

5 GRADO A Y B - ACTIVIDADES

Prácticas del lenguaje 


Prácticas del lenguaje

Continuamos con el loro pelado

a)    Completa las frases :

     “Tenían un loro de centinela en los árboles más altos para...”

     “los loros son tan dañinos como...”

     “Cuando Pedrito aprendió a hablar no paraba de decir:-¡...!  (OJO, no te olvides de los signos de admiración, dos puntos, el guión)

b)    ¿Qué vio Pedrito? ¿Dónde? Reinventar el párrafo, es decir, reescribir con otras palabras 

     “ Pedrito vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes como enormes bichos de luz”

      “Pedrito vio moverse entre los árboles un cuerpo musculoso y rayado...”, “un bulto silencioso y brillante”

     ¿Qué dice el narrador de los ojos del tigre?

     Pensemos en esta expresión del narrador: “La cola es como el timón de los pájaros”, explicarla. ¿En qué se usa el timón?, ¿qué es un timón?, ¿Para qué sirve la cola de los pájaros, según el narrador?

     Buscar,en el cuento, la descripción del loro después de su encuentro con el tigre “Era el pájaro más raro y feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura?” ¿Cuál es esa figura? “El pájaro más raro y ...”

     Releer los fragmentos donde el patrón y Pedrito cazan al tigre. ¿Está diferenciado gráficamente cuando el loro se dirige al tigre, para engañarlo, y cuando se dirige al patrón para avisarle? ¿Cómo sabemos cuándo habla para el tigre y cuándo para el patrón? ¿Se da cuenta el tigre? ¿Cómo sabemos que el tigre se da cuenta? ¿Cómo se dan cuenta de quién habla? ¿cuándo habla cada personaje?


Las medias de los flamencos



Horacio Quiroga
(1879-1937)

Las medias de los flamencos
(Cuentos de la selva, 1918)


         Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
         Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.
         Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
         Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
         Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
         Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.
         Un flamenco dijo entonces:
         —Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
         Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
         —¡Tan-tan! —pegaron con las patas.
         —¿Quién es? —respondió el almacenero.
         —Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
         —No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
         —¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
         El almacenero contestó:
         —¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿quiénes son?
         —Somos los flamencos— respondieron ellos .
         Y el hombre dijo:
         —Entonces son con seguridad flamencos locos.
         Fueron a otro almacén.
         —¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
         El almacenero gritó :
         —¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras ? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!
         Y el hombre los echó con la escoba.
         Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
         Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
         —¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan . No van a encontrar medias así en ningún almacén . Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
         Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron :
         —¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
         —¡Con mucho gusto! —respondió la lechuza—. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.
         Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros. recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
         —Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
         Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
         Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
         Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
         Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
         Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
         Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
         —¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡ Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral
         Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.
         Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
         Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.
         Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
         Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
         A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
         Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.
Horacio Quiroga



1- ¿Conocías este cuento? ¿te gusto? ¿si/no? ¿Por qué?

2)  ¿Qué otras advertencias podemos inventar para que les diga la lechuza?   “No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar, van entonces a llorar”

     ¿Dónde dice por qué los flamencos decidieron ponerse medias coloradas, blancas y negras...

      Leé en el cuento y explicar por qué el narrador afirma que la lengua es como la mano, comentar lo que sepan de las víboras....“La lengua de las víboras es como la mano de las personas...”

     El autor caracteriza a los animales del cuento: “los flamencos como son tan tontos...” “Las más espléndidas de todas eran las víboras de coral” ¿De qué otra manera podríamos caracterizar a las víboras de coral? Las más.... de todas eran las víboras. (Los adjetivos: bellas/hermosas/llamativas, etc.)

       Desde    ...”Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua”... reescribir un nuevo final.

Ciencias sociales 

Carmen Ezcurra

Carmen nació en Buenos Aires, en 1792. Su padre era un importante comerciante muy reconocido en la sociedad porteña, que vendía distintas mercancías que hacía traer desde España. Su madre era una criolla heredera de muchas haciendas en los alrededores de la ciudad.

Carmen vivía con su familia en una gran casa con varias habitaciones en las cercanías del Cabildo. En un barracón que estaba en el fondo del patio, dormían los seis esclavos de la casa.

Durante sus primeros años, Carmen se crió entre las esclavas de la casa. Allí aprendió algunos secretos de la cocina. Su madre era una mujer severa que sólo se acercaba a ella para indicarle lo que debía hacer o cómo debía comportarse. Siempre ordenaba a las esclavas qué cocinar o cómo poner la mesa.

Cuando Carmen cumplió seis años, empezó a ir a la escuela de Doña Francisca López, a la que habían asistido sus hermanos mayores. Allí, aprendió a leer, escribir y a calcular. Cuando cumplió doce años, sus padres decidieron que ya era suficiente y reemplazaron la escuela por una maestra que concurría todas las tardes a su casa para enseñarle a coser y a tocar el piano. Por más de que Carmen insistió, no hubo marcha atrás.

Carmen iba a misa todas las semanas junto a toda su familia. No tenía muchos otros paseos, por lo que disfrutaba mucho del sermón del sacerdote.

También participaba de las tertulias que se organizaban en su casa, a las que asistían los jóvenes de las familias más reconocidas de la Ciudad. Algunas veces, Carmen tocaba un vals con el arpa. Otras, se sentaba junto a las demás jóvenes, esperando que algún muchacho la invitara a bailar. Sus hermanos participaban con poco entusiasmo. Preferían las reuniones a las que sólo podían asistir los hombres. A Carmen le daba mucha curiosidad saber de qué hablarían, pero jamás se atrevió a preguntarlo.

Una tarde de 1806, Carmen se sorprendió al ver a las esclavas de la casa tirar agua hirviente a unos soldados por orden de su padre. Se divirtió viendo a las esclavas subir y bajar al balcón con baldes. Aunque no podía ver las caras de los soldados ingleses, sí oía sus gritos. Repetía lo mismo que sus hermanos: “¡Que se vayan los ingleses!”, pero no entendía muy bien qué hacían allí ni de dónde tenían que irse.

La madre de Carmen deseaba que su hija se ordenara en un convento de clausura. Pero su padre decidió que, para beneficio de los negocios de la familia, Carmen tendría que casarse con un funcionario del Virreinato. Por eso, a los dieciséis años, la casaron con Ignacio Delgado, un secretario del Virrey.

En su nuevo hogar, Carmen empezó a hacer cosas muy parecidas a las que recordaba que hacía su madre. Daba órdenes a las esclavas para que cocinaran, limpiaran y mantuvieran la casa en orden, especialmente cuando llegaban de visita los amigos de su marido y se encerraban largas horas a conversar sobre política en la biblioteca.

Cuando llegó a Buenos Aires la noticia de que el rey Fernando VII estaba preso en España, Carmen vio a su marido cada vez más preocupado. Sus reuniones eran cada vez más largas. Siempre recordaría que el 22 de Mayo de 1810, él la obligó a cerrar las puertas y celosías y se fue al Cabildo diciendo “Vamos a defender lo que nos corresponde”.



·         ¿Cómo vivía Carmen? ¿cuál era su clase social? ¿Qué sucedía con su educación? ¿Por qué pensas que solo podía estudiar coser y tocar el piano?
·         ¿Con Quién y Por qué se caso? ¿Qué te llamó la atención? ¿ Qué sucedía con el Rey Fernando VII?








Joaquina
Joaquina nació en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, en el año 1795. Sus padres, como millones de africanos, habían sido capturados en su tierra, forzados a viajar a América y vendidos en una plaza pública en Buenos Aires. Joaquina siempre recordaba lo que su madre contaba sobre el temible viaje en barco desde África: el amontonamiento, los olores, la suciedad, el mareo, los grilletes, las enfermedades, la muerte.
En el Virreinato, la madre de Joaquina fue trasladada hacia Mendoza y vendida a una familia. Durante un tiempo trabajó en una finca, cocinando para los demás esclavos y para los señores de la casa. Luego fue vendida a una familia adinerada de Buenos Aires en la que se ocupó de tareas domésticas. Una vez en Buenos Aires, la madre de Joaquina se casó con Tomás, otro esclavo que trabajaba en la misma casa. Después de unos años nació Joaquina. A los nueve años, la niña ya trabajaba junto a sus padres. En esos tiempos, fue dama de compañía de la señorita de la casa, una niña criolla de su misma edad. Su trabajo era peinar, vestir, servir, acompañar, divertir y hasta tolerar los golpes que le daba su amita cuando estaba enojada. A diferencia de su ama, a Joaquina nadie le enseñó a leer ni a escribir. En su compañía pasó algunos días alegres, pero muchos otros tristes, especialmente después de que sus padres murieran de tuberculosis. Cuando creció, Joaquina empezó a encargarse de realizar las tareas de la casa y servir lo que sus amos le mandaran. Durante el almuerzo o la cena, a Joaquina no le estaba permitido sentarse a la mesa con los señores de la casa. Debía comer rápidamente en la cocina, junto a las demás esclavas, una vez que los señores estuvieran servidos, y antes de que necesitaran algo más. La mayoría de las veces, comía un caldo sencillo y un trozo de pan. Sabía que si llegaba a comer la comida que cocinaba para los amos, podía ser castigada. Además de trabajar en la casa, los amos procuraron que Joaquina aprendiera un oficio: era lavandera y pasaba sus tardes junto a otras mujeres muy fuertes, que soportaban las peores inclemencias del invierno. Con sus manos, las mujeres cavaban su pileta y lavaban, fregaban y sacudían las ropas de sus amos. En esos momentos, Joaquina conversaba en voz baja con otras esclavas mezclando palabras en castellano con otras en lengua bantú, la que hablaban sus padres. Del dinero que ganaba como lavandera, Joaquina tenía que entregar la mayor parte al amo. El resto lo guardaba, centavo a centavo, con la esperanza de, algún día, poder comprar su libertad.
Una tarde de 1813, Joaquina escuchó hablar a otros esclavos. Decían que los criollos habían decidido liberar a los hijos de los esclavos que nacieran de ahí en más. Un año más tarde, también se enteró de que muchos esclavos se presentaban voluntariamente para pelear en el ejército contra los realistas. Los rumores decían que el mismísimo San Martín había prometido la libertad a los esclavos que lucharan en el bando de los criollos.
Preguntas

a) ¿Cómo vivía Joaquina? ¿cuál era su clase social? ¿Qué sucedía con su educación?
¿Por qué la familia era comprada? ¿cómo la compraban?  ¿a qué edad comenzó a trabajar? ¿Cuál era su trabajo? ¿Qué lenguaje podría usar para comunicarse? ¿Para que juntaba plata? ¿Cuáles eran los rumores que corrían en el año 1813?



Manuela Sánchez
Manuela nació en Buenos Aires en 1790. Sus padres, criollos ambos, vivían de los honorarios que el padre cobraba como abogado y de las ganancias que les dejaba una estancia que tenían en Salta. Cuando Manuela tenía siete años, su madre le enseñó a leer y a escribir. La niña aprendió a hacerlo muy rápidamente y se interesó por todos los libros que su padre guardaba en la biblioteca de la casa. Manuela también aprendió a andar a caballo y, desde pequeña, se transformó en una experta jinete.
A la edad de diez años, los padres enviaron a Manuela a un convento. Sin embargo, su estadía no duró demasiado: antes de cumplir los trece años, las monjas la expulsaron por desobedecer continuamente las normas. A los quince años, Manuela se casó con José Quiroga, hijo de criollos de una buena posición económica. Durante cinco años vivieron tranquilos en una estancia de la familia José que quedaba en las afueras de Buenos Aires. Pero todo cambió a partir del año 1810: por un lado, los hechos de Mayo, alborotaron la tranquilidad familiar. Pero, sobre todo, la vida de Manuela empezó a cambiar de rumbo cuando su marido murió a causa del paludismo. Tras la muerte de su marido, Manuela decidió trasladarse a la estancia que su familia tenía en Salta. Allí entró en contacto con las ideas de Tupac Amarú, uno de los líderes indígenas más importantes, que había encabezado grandes rebeliones contra los españoles en 1780. En ese lugar también Manuela empezó a padecer las consecuencias de las guerras de la Independencia. Si bien Manuela había amado mucho a su esposo, su muerte le posibilitó hacer cosas que no podría haber hecho mientras él estaba vivo. Ella quería estar en el frente de batalla. Sabía que la única forma de que la aceptaran en el ejército era presentándose disfrazada de hombre y eso fue lo que hizo. Rápidamente, Manuela se destacó como jinete: sabía cabalgar desde muy chica y además era diestra con la espada. En poco tiempo ganó el respeto de los hombres por su inteligencia y valentía. En 1812 conoció al caudillo salteño Martín Miguel de Güemes, quien la sumó a las filas de los ejércitos que enfrentarían a los realistas en las Guerras Gauchas del norte de nuestro actual territorio, y en poco tiempo, la nombró coronela. Al mando de Manuela, las tropas que comandaba ganaron muchas batallas. El número de soldados y el armamento de su ejército era menor que el del enemigo. Pero, como a ella misma le gustaba decir, sabían por lo que peleaban y estaban convencidos de lo que hacían y era eso lo que les permitiría ganar la guerra.
¿Cómo vivía Manuela? ¿cuál era su clase social?
¿Qué sucedía con su educación?
¿Qué pensaba Manuela sobre la revolución? ¿cuál fue su plan para entrar en el ejército? 


Busca información sobre Tupac Amaru y Güemes  ¿Quién era? ¿Qué hizo?


Hortensia Sánchez de Loria
Hortensia nació en Buenos Aires en el año 1785. Su madre era una criolla, hija de comerciantes y su padre, un próspero comerciante español. Desde que era niña su madre se preocupó porque tuviera una buena formación para que cuando creciera fuera una buena esposa y madre. Con una maestra que iba a su casa, aprendió a leer, escribir, a realizar algunas operaciones matemáticas y a tocar el piano. Su madre le enseñó a bordar y a tratar amable pero firmemente a las dos esclavas que tenían en la casa. Cuando las calles no eran un lodazal, iba con sus hermanas y sus padres a misa en la catedral de la Ciudad.
Cuando era pequeña, le gustaba jugar en el depósito de su padre y mirar los rollos de tela que allí se guardaban. A veces, encontraba entre las telas tarjetas escritas en un idioma que no podía entender.
El padre de Hortensia siempre se quejaba por las trabas al comercio que imponía el rey y lo complicado que le resultaba traer las telas de contrabando. Por eso, cuando en 1806, las tropas inglesas ocuparon la Ciudad, no vio la invasión con malos ojos y se apresuró a tratar de hacer negocios. Cuando las tropas al mando de Liniers expulsaron a los invasores, muchos hombres poderosos comenzaron a mirarlo mal y el negocio comenzó a decaer. Entonces, el señor Sánchez de Loria debió despedir a los dos dependientes que tenía y aceptar a regañadientes que su hija lo ayudara con las tareas del negocio.
Trabajando para su padre, Hortensia conoció a Pedro Udaondo, un joven que estudiaba abogacía en la Universidad de Córdoba. A finales de 1809, Hortensia y Pedro se casaron en Buenos Aires. Los padres de la muchacha se entusiasmaron con un yerno que tenía un futuro promisorio como abogado.
Para Hortensia, el casamiento fue el inicio de una vida distinta: se mudó a una nueva casa, empezó a tener una criada a su cargo y conoció mucha gente que asistía a las reuniones políticas que se realizaban en su casa. Aunque Hortensia no participara de las discusiones, le gustaba ver su casa llena de gente y pasaba largas horas en la cocina preparando masas dulces para ofrecer a sus invitados.
Pedro era amigo de Domingo French y era habitual que él y otros hombres se reunieran seguido en su casa, aprovechando que estaba casi en las afueras de Buenos Aires y había pocas miradas indiscretas que pudieran enterarse de estos encuentros.
A veces, Hortensia se preocupaba por su marido. Temía que esas reuniones pudieran traerle problema. Pero Pedro le explicaba que no tenía sentido que se siguiera obedeciendo a un rey y a un país que no hacían nada por sus colonias y que los vecinos de Buenos Aires y el virreinato ya estaban grandes para decidir por sí mismos.
Una fría mañana a finales de Mayo de 1810, Hortensia se enteró a través de la criada que su marido había salido antes del amanecer y le había dejado una nota. Hortensia leyó:

Lunes 21 de mayo de 1810





Amada mía,
Son éstos días agitados. Hemos dado un ultimátum al virrey y, de un momento a otro, formaremos nuestro propio gobierno. Tal vez no pueda volver a casa por unos días. Es tiempo de apresurar el cambio, y será mejor que me quede en casa de Domingo.
A la brevedad te mandaré un mensajero con noticias.
Siempre tuyo,
Pedro.






Esa tarde, al regresar del mercado, la criada le contó que la Ciudad estaba revuelta; se veían hombres con armas yendo para el cabildo y se oían rumores que decían que iban a sacar al virrey. Cinco días más tarde, en la mañana del 26 de mayo, Pedro entró corriendo y gritando. ¡Ahora empieza todo! – dijo – Seremos un país. Habrá miles de cosas que hacer. Seguramente desde España intentarán recuperar el Virreinato, pero no lo permitiremos.
Preguntas
·         ¿Cómo vivía Hortensia? ¿cuál era su clase social? ¿Qué sucedía con su educación?
·         ¿De qué se quejaba el papá de Hortensia?
·         ¿Cual era la opinión que tenía Pedro con respecto a obedecer al rey? 



Completa el cuadro


Completen el cuadro como este con la información que obtuvieron a partir de los diferentes relatos.


Nombre de la mujer
¿Qué información sobre lo que pasaba en el virreinato del Río de la plata aporta?
¿Qué información sobre la vida de las mujeres en esa época aporta?
¿Cómo estaba conformada su familia? 
¿Qué preguntas les surgen al leer?












Matemática

Primera unidad del libro