El ratón Roque vivía encerrado entre los libros de una biblioteca. Un día, sus primos lo invitaron a una fiesta en el jardín. Lo malo era que, para llegar hasta allí, tenía que atravesar un pasillo donde había dos terribles gatas siamesas. Pero una aventura una vez en la vida...
Aquí le dejamos la historia que compartimos...
"Roque, un ratón de biblioteca"
Roque era un ratoncito
de biblioteca a quien todos llamaban Shakespeare porque le gustaba mucho leer.
Ya de pequeñito sorprendió a sus papás comiéndose de una sentada el primer
capítulo del Quijote.
Una mañana de primavera,
mientras buscaba afanosamente entre libros y más libros recetas de pastel de
queso, se coló en la habitación una mariposa.
-¡Hola!, dijo
-¡Hola!, contestó
Shakespeare.
-¡Ay, señor Shakespeare!
¡Estoy agotada!, vengo del jardín y ha sido un viaje larguísimo. Creí que no se
iba a acabar nunca.
-Descanse, señorita,
descanse. Allí mismo, encima del tintero se puede usted sentar, digo, perdón,
posar.
-Verá usted, vengo a
traerle un recado de parte de su primo y familia. Ya sabe, los ratones del
jardín...
-¿Ah, sí?, se lo
agradezco muchísimo - y Shakespeare sonrió feliz.
-El caso es que su primo
Pedro ha encontrado un enorme pedazo de queso. Un tesoro, vamos. Y dice que le
encantaría que usted fuera a merendar -quiere celebrar la fiesta por todo
lo alto- y a dar su opinión.
Todos saben que usted es
el ratón que más entiende de quesos en toda la ciudad.
-Modestamente, uno
estudia... -dijo Shakespeare bajando los ojos- Lo que pasa es que para llegar
al jardín tengo que atravesar el pasillo, y en el pasillo...
-¿Los gatos?
-Pues sí.... los gatos. Bueno,
las gatas -Shakespeare suspiró hondamente.
-Podría usted subirse en
el carrito del té. Ya sabe. El carrito en que la señora de la casa lleva la
merienda al jardín. Sería una manera más segura de recorrer el pasillo.
Shakespeare se quedó muy
pensativo. Muy pocas veces había salido de aquella habitación. Había heredado
de sus padres, que también habían sido ratones de biblioteca, un carácter
apacible y una afición muy grande por los libros.
Se sentía muy bien
oliendo y mordisqueando las blancas hojas y enterándose de tantísimas cosas que
había que saber.
Pero.... Por otro
lado... una aventura una vez en la vida...
Mientras tanto la
mariposa revoloteaba delante de un espejo encontrándose guapísima.
-Eres muy bonita
-murmuró para sí misma con su vocecita aflautada.
-¿Como dice? -preguntó
Shakespeare saliendo de su ensimismamiento.
-¡Oh! ¡Nada! -y la
mariposa se puso colorada.
-Bueno, señora, pues
digale usted a mi primo Pedro que.. sí... que haré todo lo posible por
estar en el jardín a las cinco de la tarde -y el ratoncito volvió a suspirar.
Shakespeare y la
mariposa se despidieron cortésmente y la mariposa desapareció por la ventana en
el cielo azul.
Shakespeare o mejor
dicho Roque tenía problemas. Dos problemas que se llamaban Valentina y Jerónima,
que eran dos relucientes gatas siamesas que merodeaban continuamente por el
largo pasillo que separaba la biblioteca del jardín. Las gatas eran muy bonitas
y, a lo mejor hasta simpáticas, pero.... no con los ratones.
Ya se sabe que los gatos
se comen a los ratones y Roque era un ratón, era el primero en saberlo y por
eso tenía miedo de salir fuera de su biblioteca, donde vivía defendido por los
lomos de sus libros y podía esconderse en cualquier rincón.
A las cinco menos cuarto
el reloj de la cocina dio la hora y Roque asomó el hocico fuera de la
habitación, observando el pasillo. Vacío. Su corazón latía con fuerza. Oyó, de
pronto, el silbido de la tetera, donde el agua hervía cantando su canción de
todos los días. Entonces echó a correr más veloz que un Super ratón, llegó a la
cocina y se escondió detrás de unas escobas. Cuando la señora de la casa se
volvió de espaldas para alcanzar unas servilletas, Roque se dio otra carrera y
dio un salto, aterrizando sobre el carrito y escondiéndose entre la tetera, los botes de mermelada y
demás.
Al cabo de un rato la
señora empezó a empujar el carrito y Roque (al que todos llamaban Shakespeare)
sentía que el mundo se movía bajo sus pies.
-¡Que gusto! ¡Parece el
tren! ¡Que aventura más apasionante!
Echó una mirada a su
alrededor y empezó a pasearse entre las cosas del té.
-¡Hum! ¡Mermelada de
fresa!
¡Que delicia! ¡Ay,
amigo, no te vayas a caer en la lecherita! ¡Oh, qué caliente está la tetera!
Pero, de repente, en la
oscuridad del pasillo, brillaron dos pares de ojos azules. Roque, antes de
verlos, los había intuido y temblaba como sólo puede temblar un ratoncito ante
una gata. Bueno, ante... dos gatas...
Y se refugió en medio de
la azucarera, pero enseguida sintió un rayo de sol sobre su nariz.
Había llegado al jardín,
dejando atrás a los gatos.
¡Que maravillosa
sensación de felicidad para un ratoncito de biblioteca, siempre encerrado entre
libros, ver tanta luz y tanto verde!
Roque, sacudiéndose el
azúcar de sus largos bigotes, saltó al pasto y corrió al encuentro de sus
primos, que lo esperaban contentísimos.
La merienda fue
estupenda. Roque dictaminó que el queso era un soberbio queso manchego y todos
aplaudieron su sabiduría.
La familia del primo Pedro lo mimó muchísimo,
porque Roque era encantador y todos querían que se quedara a vivir en el
jardín, dejando la biblioteca y el miedo a que se lo tragara un gato o una
gata.
Al fin, Roque aceptó y
en su nueva vida llegó a ser un experto en flores y plantas.
Tuvo muchos ratoncitos,
ya que se casó con su prima segunda; yo lo sé muy bien porque uno de ellos
-que ha heredado el carácter de su padre- vive en mi biblioteca.
Y esta es la historia de
Roque el ratón, a quien todos llamaban Shakespeare.
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